Incluso si el mundo entero luchaba para mantenerme en la posición correcta me inclinaría a lo que yo había elegido. Ataría mis pensamientos en mis acantilados finales, a mis costos y tormentos...
Nadie iba a interferir entre el amor y yo, entre el cegado afán de prolongar esta sensación mas de lo que estaba permitido. Nos escondimos en los atardeceres, en las lluvias de septiembre para darnos cuenta que eran solo nuestros, un tiempo que no se nos obsequiaría en otra historia, lugares que fueron perfectamente diseñados para nosotros... eso nos hablábamos, cuando tomábamos té, cuando me leías los labios al anochecer. Fueron tantas aquellas veces, veces que terminaron siendo recuerdos en nuestras mentes perturbadas de silencios... de lejanías y personas efímeras.