Eran otros días, inolvidables y eternamente perfectos, en los que podía visitarte a diario, recordarte todo el día para seguir mi camino teniendo en cuenta que nada de lo que pasaba era por coincidencia. El destino me tenía las cartas acomodadas para que llegáramos a ese cuarto, para que fuera tuya a tus modos, a tus placeres, a tus gustos... después de todo, yo lo había comenzado de esa manera. Y aun después de tanto tiempo, volverte a ver, tus ojos, tu voz, tu boca, nada aquí es coincidencia.
Y te escribo... aun después de tanto tiempo, lo hago.